Ciencia y tecnología para bajar de las dos horas en la maratón

Hace unos días el keniata Eliud Kipchoge marcaba un tiempo de 1 hora 59 minutos y 40 segundos en una maratón (42 km y 195 metros), en el llamado Reto Ineos. Era la primera vez en la historia que en condiciones “similares” a las de competición alguien bajaba de las dos horas; de hecho le ha valido un Récord Guinness bajo esa acepción. Además del mérito del superatleta, lo de las “dos horas” no deja de ser una circunstancia curiosa, aunque puramente numerológica, que siempre se había propuesto como un hito del atletismo, al igual que lo fueron correr la milla en menos de 4 minutos, saltar más de 2 metros en altura, bajar de los 10 segundos en los 100 metros lisos o superar los 6 metros en el salto con pértiga (en su día).

La marca de Kipchoge, sin embargo no es “oficial”, ni nada más allá de un bonito y emocionante espectáculo con mucha publicity, debido a muchas razones, entre ellas:

Es por esto muy interesante el vídeo de Wired (The Science of How Nike Nearly Cracked the Two-Hour Marathon) datado a finales de junio de este mismo año –antes del récord– porque explica bastantes cosas sobre la ciencia y la tecnología que se usó para mejorar cada aspecto de la carrera. Por aquel entonces no se batió el récord, algo que sólo ha sucedido en la carrera de Viena.

Entre otras cosas se habla de las zapatillas: fabricadas con fibra de carbono y con un gran “efecto rebote”, tras ser examinadas por expertos en biomecánica se calculó que eran un 4% más eficientes energéticamente, factor en el que aprovechan mejor la energía de tracción (personalizada además para Kipchogue). No está muy claro cómo afecta esa eficiencia a lo largo de una carrera tan larga como una maratón, pero un 4% proporciona mucho “tiempo rascado” a lo largo de una prueba de 120 minutos.

Otros factores tales como la nutrición, hidratación o las condiciones de temperatura y humedad del lugar son más conocidos por atletas y entrenadores. Los organizadores reservaron una “ventana” de 8 días en los que buscar el momento perfecto para dar la salida (algo que funcionó a la primera). También se procuró que el recorrido fuera lo más llano y con el menor número de curvas posible, para “rascar” otros segundos más evitando subidas o desaprovechando las bajadas o giros demasiado cerrados. Tan sólo hay otro circuito tan llano y con buenas curvas en el que a veces entrenan: el circuito de Monza.

Otro dato que rondaba por ahí es la predicción del médico deportivo Michael Joyner, que en 1991 ya publicó un trabajo científico donde fijaba como límite absoluto para un ser humano “normal” el tiempo de 1 hora 57 minutos y 58 segundos para una maratón. Muy, muy cerca del tiempo marcado por Kipchoge.

Un aspecto en el que se trabajó mucho fue el de la aerodinámica, algo que recuerda mucho al diseño de los automóviles. Mediante simulaciones de ordenador se analizó de qué forma las “liebres” podrían no solo marcar el ritmo sino además mejorar la aerodinámica de la situación, de forma que fuera lo más favorable posible para el atleta que intentaba lograr el récord. Las liebres se iban retirando tras unas pocas vueltas, pero el rozamiento del viento que le ahorraban y el “efecto rebufo” pudo ser considerable. También se cree que el gigantesco camión con el cronómetro que les precedía a poca distancia pudo ser otro factor aerodinámico importante.

En definitiva: se ha podido ver una superproeza del atletismo, un hito como pocas veces sucede, pero que seguramente también se ha logrado gracias al análisis científico de nuevos materiales, su tracción en asfalto y su consumo energético óptimo y a los efectos aerodinámicos cuidadosamente analizados en simulaciones. Pocas veces se habrá diseñado una prueba así para algo que no fuera un vehículo. Aunque quizá a Eliud Kipchoge se le pueda considerar en cierto modo como un bólido humano.

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