El futuro es de los coches eléctricos. Varias compañías, entre ellas Volvo Cars, solo fabricarán este tipo de vehículos a partir de 2030. Todo un camino por delante cargado de avances. La movilidad eléctrica, sin embargo, ha recorrido más de un siglo de historia. Los primeros prototipos se desarrollaron principalmente en la segunda mitad del siglo XIX en diversos países de Europa y Estados Unidos.
Resulta complicado atribuir la autoría del primer coche eléctrico, ya que se desarrollaron varios ingenios basados en motores eléctricos. El pionero para algunos es el ingeniero británico Thomas Parker, conocido como “el Edison de Europa” por la cantidad de innovaciones y patentes que logró. En 1884, fabricó en Londres el primer coche eléctrico con el potencial de ser producido en masa. Además de sus propias baterías, este auto estaba dotado de frenos hidráulicos en las cuatro ruedas y dirección en las cuatro ruedas.
Por su capacidad para acomodar a pasajeros, al estilo de los carruajes de la época, muchos consideran al Flocken Elktrowagen el primer coche eléctrico de la Historia. Ideado por el ingeniero alemán Andreas Flocken, este vehículo fue fabricado en 1888 por Maschinenfabrik. Con capota, cuatro ruedas con radios de madera y una batería plomo-ácido, funcionaba con una transmisión por correa en las ruedas traseras.
Dos años más tarde, al otro lado del charco, el químico escocés William Morrison montó el primer automóvil eléctrico de Estados Unidos, concretamente en Iowa. En este carruaje había espacio para seis pasajeros y alcanzaba una velocidad de 22,5 km/h. En 1897, se fabricó en Austria el primer Porsche, conocido como P1, de la mano del ingeniero Ferdinand Porsche: este coche eléctrico era capaz de alcanzar los 35 km/h con una autonomía de 80 km. En 1899, el corredor automovilístico belga Camille Jenatzy superó los 100 km/h con un coche eléctrico con forma de torpedo, llamado Jamais Contente.
A finales del siglo XIX, los avances en electromovilidad fueron in crescendo, y entre 1900 y 1910 los coches eléctricos estaban en su apogeo, al tiempo que se desarrollaban los de motor de combustión interna. Los primeros, como los actuales, se caracterizaban por ser silenciosos y limpios, mientras que los de gasolina resultaban muy ruidosos, desprendían olor y se arrancaban con una manivela, lo cual requería una buena dosis de esfuerzo físico y suponía ensuciarse con grasa. Por todo esto, los coches eléctricos se publicitaban como coches para damas y se popularizaron entre las féminas.
Pero, poco a poco, el auge de los eléctricos fue decayendo: el lanzamiento en 1908 del Ford Model T, propulsado por gasolina y producido en masa, propició el declive. Este modelo costaba 650 dólares, la mitad que los eléctricos. Además, la mejora del estado de las carreteras facilitaba realizar viajes largos que los eléctricos no permitían. Y en 1912 se lanzó el arranque automático y el silenciador de escape, así que ya no eran tan ruidosos ni era necesario girar y girar la palanca para ponerlos en marcha.
El golpe definitivo para la práctica extinción del coche eléctrico fue el descubrimiento de reservas de petróleo en Texas. Este hallazgo abarató la gasolina y favoreció el abastecimiento a través de la apertura de gasolineras por todo Estados Unidos. Para 1935, los coches eléctricos ya eran algo del pasado, apenas se vendían. Pero tres décadas después resurgieron.
Diferentes crisis provocaron la escasez de gasolina y el consecuente aumento del precio de la misma, lo que despertó el interés por el coche eléctrico a finales de los 60 y principios de los 70. En esos años, los fabricantes comenzaron a investigar y se desarrollaron varios prototipos, pero por su rendimiento, autonomía y precio no resultaban una alternativa atractiva. Aun así, los fabricantes siguieron invirtiendo y en 1997 Toyota lanzó en Japón el primer híbrido producido en serie, el modelo Prius. Al resurgimiento de los coches eléctricos también ayudó la llegada al mercado de Tesla en 2006. Desde entonces, han evolucionado hasta posicionarse hoy como una opción válida frente a los convencionales, y ya es una tendencia imparable.