Podemos definir las ciudades actuales de muchas maneras, pero la definición canónica es que son ineficientes. No existe siquiera un ejemplo en España que niegue esta definición, porque en las ciudades se gasta más energía de la necesaria, se generan basuras fruto de los excesos, se desecha comida en buen estado, se forman atascos monumentales y la constante es el uso de vehículos de forma individual.
Es verdad que en las grandes ciudades existen redes de transporte urbano más o menos eficientes, y se utilizan de forma masiva, pero la cantidad de coches por kilómetro sabemos que es elevada. El camino que nos llevará a ciudades inteligentes, las smart cities, pasa por cambiar la individualidad por colectividad. Y ahí juega un papel esencial el Big Data, la agregación masiva de datos de diferentes fuentes que permiten llegar a mejoras y más eficientes conclusiones, y por tanto acciones relevantes para asegurar la sostenibilidad.
La posibilidad de disponer de cientos y cientos de sensores diferentes que alimenten de datos un “gran cerebro” procesador es tentadora a la vez que con mucha aplicación práctica. El Internet de las Cosas nos trae dispositivos conectados de diversa índole, desde los smartphones, pasando por el frigorífico que te avisa cuando queda poca leche (o la compra él mismo), hasta los semáforos que registran el flujo de tráfico por su cruce, las cámaras que vigilan el tráfico o los sensores que miden la calidad del aire urbano.
Todos esos elementos (nos referimos a los relacionados con la ciudad) recaban datos para realizar las tareas para las que fueron creados: la cámara de vigilancia graba vídeo o almacena fotos; los sensores que miden la calidad del aire registran las concentraciones de los diferentes gases en el aire; en general, ese uso individual se sigue cumpliendo, pero… ¿Y si reinterpretamos o procesamos los datos? ¿Y si un sistema de procesado de imágenes cuenta los coches que se ven en uno de los vídeos, y cruza esos datos con los valores de calidad del aire en ese mismo instante? De ahí podemos sacar muchas conclusiones, e incluso llegar a ciertas conclusiones importantes para mejorar el tráfico, o la calidad del aire.
Sobre eso se basa, precisamente, el nexo de unión entre Internet de las Cosas (o Big Data) y las smart cities. Una ciudad no es smart sin el Internet de las Cosas. El futuro de las ciudades pasa por convertirse en entes proactivos, lugares que reaccionen de manera anticipada a las necesidades de sus habitantes, el tráfico y, también, el medio ambiente. Gracias a la cantidad de datos diferentes que ya existen, basta con entretejerlos, cruzarlos, procesarlos… para encontrar soluciones para muchos de los problemas actuales.
En un futuro no tan lejano las ciudades se comunicarán con los coches (autónomos, esperamos), y les enviarán informaciones muy útiles: el estado del tráfico en el itinerario que parecen llevar; cualquier incidencia de cualquier tipo (baja iluminación en tal zona, obras en esta calle, la presencia de una ambulancia o bomberos y un itinerario alternativo…). La interconexión entre coches, o entre coches con la infraestructura como intermediaria (lo que se conoce como smart grid), permitirá deducir en tiempo real cómo evolucionará el tráfico y, antes de que se produzca un evento negativo (un atasco de los de toda la vida), se redirigirá sabiamente dicho tráfico de manera que las calles no se colapsen.
Todavía nos queda para llegar a ver esto en la práctica, pero es probable que muchos de nosotros lleguemos a verlo, al menos en su versión “ciudad piloto”.
Vía | Diariomotor