Hace tiempo explicábamos una solución sencilla para terminar con los atascos de tráfico, donde se describía cómo la ciencia ha llegado a explicar una de las razones de los “misteriosos atascos”: la lenta reacción de los conductores que propicia que se formen las aglomeraciones y no se resuelvan a tiempo. Somos lentos en reaccionar cuando hay que frenar y somos lentos al arrancar. Esto propicia una especie de “efecto acordeón” que crece y crece y que, como las ondas sobre la superficie de un lago, a la larga puede coincidir con tan mala suerte que deje a los vehículos literalmente parados.
Pero hete aquí que la llegada de los coches autónomos ha arrojado una nueva luz sobre cómo pueden resolver este tipo de problemas, en especial esos “atascos fantasma” sin razón aparente. Y es tan simple como añadir un coche autónomo en la ecuación.
En el experimento que puede verse en el vídeo –en el que ha colaborado un equipo multidisciplinar de cuatro universidades– se puede ver cómo se ha analizado todo esto: una veintena de coches circulan dando vueltas, casi como si estuvieran en una larga recta encontrándose con diversos escenarios de más o menos tráfico. Casi todos los coches están conducidos por personas, pero entre ellos hay un coche autónomo (marcado con la flecha) cuyo comportamiento y velocidad varía según su programación.
El algoritmo o fórmula en cuestión controla el vehículo de tal forma que minimiza las veces que el conductor humano que va detrás de él tiene que accionar el freno. Este es el origen del problema, de modo que una conducción más suave –aunque sea más lenta– ayuda a que la velocidad no tenga tantas bruscas variaciones. La gráfica inferior muestra la velocidad en el eje vertical y el tiempo en el horizontal: cuanto más amplias las variaciones, más problemas. Cuanto más estrecha y estable, mejor velocidad media.
En total se probaron diversos números de “frenazos”, entre 2 y 9 por kilómetro. Cuando hay que frenar pocas veces también hay que volver a recuperar velocidad pocas veces, de modo que valores entre 2 y 3 veces por kilómetro son los óptimos. Esto no solo hace más fluido el tráfico: también reduce el consumo de combustible hasta un 40%.
Lo más interesante del asunto es que tan solo hace falta un coche de cada veinte (más o menos un cinco por ciento) para que la situación mejore considerablemente. Si esto es extrapolable –como parece– a las situaciones de tráfico convencional en las calles y carreteras significa que no será necesario que todos los coches sean autónomos; tan pronto como un número significativo de ellos circulen libremente deberían empezarse a notar los efectos. Nuestros futuros amigos calculadores, metódicos y con reflejos dignos de cualquier deportista de élite, también nos ayudarán en esto.