Sostenibilidad

Aprovechar el océano para la IA: China construye centros de datos submarinos

China está ampliando los límites de la infraestructura digital global con un experimento audaz: desplegar centros de datos submarinos para inteligencia artificial. Aprovechando el enfriamiento natural del océano y el espacio disponible en el lecho marino, las instalaciones cerca de Hainan y Shanghái buscan satisfacer la enorme demanda de computación para IA, reduciendo el consumo energético de los centros de datos tradicionales hasta en un 30%.

En un momento en que la demanda de potencia de cálculo para inteligencia artificial crece exponencialmente y el planeta afronta una crisis energética sin precedentes, China ha optado por una solución radical: construir centros de datos en el fondo del mar.

El objetivo no es solo liberar espacio en tierra firme, sino aprovechar el océano como sistema de refrigeración natural. Las primeras instalaciones ya están operativas frente a la isla de Hainan, y en Shanghái se prepara el lanzamiento de un módulo comercial alimentado casi en su totalidad por energía eólica marina. Si esta apuesta resulta viable, podríamos estar ante un nuevo paradigma en infraestructura digital global.

Del experimento al despliegue industrial

La idea de ubicar servidores bajo el mar no es nueva. Microsoft lo intentó hace años con su Project Natick, pero abandonó el desarrollo tras encontrar obstáculos técnicos y logísticos. China, sin embargo, ha decidido escalar la propuesta a velocidad de crucero.

El primer prototipo se instaló frente a las costas de Hainan en 2022, y desde entonces se han llevado a cabo más de 30 meses de pruebas. Ahora, el proyecto se expande en Shanghái, con 198 racks submarinos que alojarán entre 400 y 800 servidores de alto rendimiento especializados en IA. Su lanzamiento oficial está previsto para septiembre de 2025.

Lo más destacable: el 97% de la energía que alimentará este módulo procederá de un parque eólico marino. Un hito en sostenibilidad tecnológica.

¿Por qué bajo el agua?

La lógica detrás de esta estrategia tiene varios frentes:

  • Reducción del consumo energético: al eliminar los sistemas de refrigeración tradicionales (aire acondicionado industrial, chillers, etc.), se logra un ahorro energético de hasta el 30%.
  • Uso eficiente del espacio: permite descongestionar zonas metropolitanas donde el suelo escasea o es caro.
  • Conectividad costera: estar cerca del lecho marino facilita la interconexión con cables submarinos internacionales, clave para el tráfico de datos global.

Además, las unidades están selladas y presurizadas con nitrógeno, lo que reduce el riesgo de corrosión y averías. Microsoft, en su momento, reportó tasas de fallo inferiores a las de sus centros terrestres.

¿Y el impacto ambiental?

Aunque las pruebas iniciales indican que el agua de retorno solo se calienta unas décimas de grado, expertos advierten que las olas de calor marinas pueden amplificar ese impacto térmico, afectando el oxígeno disuelto y, por tanto, a los ecosistemas marinos cercanos.

También preocupa la seguridad: instalaciones submarinas podrían ser vulnerables a sabotajes o ataques acústicos, una amenaza emergente en escenarios de guerra híbrida y ciberconflicto.

IA y sostenibilidad: un binomio cada vez más urgente

En un contexto donde los modelos de IA generativa como ChatGPT o Gemini requieren una enorme capacidad de procesamiento, encontrar formas sostenibles de alimentar y refrigerar centros de datos se ha vuelto prioritario. China parece estar apostando por soluciones radicales que podrían marcar el camino para otros países.

De hecho, naciones como Japón, Corea del Sur y Singapur ya estudian modelos similares basados en estructuras flotantes o sumergidas. Pero para que esta tendencia despegue globalmente, aún hacen falta normativas claras, escalabilidad industrial y estudios ambientales más profundos.

El fondo del mar como nueva frontera digital

Los centros de datos submarinos no buscan reemplazar a los terrestres, sino complementarlos con soluciones más resilientes, sostenibles y descentralizadas. Y aunque todavía existen desafíos técnicos y medioambientales, el paso de China ha sido claro: convertir un experimento marginal en una apuesta estratégica de escala nacional.

Si Shanghái demuestra su viabilidad, no sería descabellado imaginar un futuro donde las plataformas que entrenan la IA del mañana estén ancladas a decenas de metros de profundidad, en silencio, en la frontera entre tecnología y océano.

Pero los desafíos siguen ahí. Mantener el equilibrio ecológico marino, proteger las instalaciones de posibles sabotajes y navegar la compleja normativa internacional serán clave para su expansión.

Aun así, en un mundo donde crecen las demandas energéticas y las ciudades costeras, los centros de IA bajo el mar podrían representar una nueva frontera para alimentar la era digital. Y China ya ha dado el primer gran salto.

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