Ante la situación de cambio climático que llevamos décadas experimentando en todas partes del mundo, muchas personas se preguntan: ¿qué papel pueden jugar la ciencia, la tecnología y la cooperación internacional en la lucha contra el deshielo polar? Y es que ante noticias como que el Polo Norte podría quedarse sin hielo antes de 2030, con la primera capa helada del Ártico despareciendo por completo en 2027, el panorama es desolador. ¿Podemos aprender de los cambios climáticos del pasado para mitigar los efectos del calentamiento global actual?
Otras épocas, otra situación de cambio climático
Con el descubrimiento reciente de ámbar en la Antártida se cree que hace muchísimo tiempo existió una suerte de selva tropical en las cercanías del Polo Sur. Esto contrasta con hoy en día: una región de temperatura extrema donde apenas hay vida y donde humanos, animales y flora tienen complicado sobrevivir.
Aunque esto sucedió hace entre 83 y 92 millones de años, demuestra que el clima no ha sido siempre igual y que incluso las zonas con temperaturas más extremas pudieron sostener flora tropical. Los científicos plantean estudios paleoambientales para analizar estos ecosistemas del pasado y comprender cómo reaccionaron ante los cambios climáticos extremos. Quizá eso nos permita aprender algo que sea aplicable a la situación actual.
Entre las soluciones planteadas para evitar cambios radicales de este tipo, como el que debió sufrir la Antártida, están algunas que requieren tecnología avanzada; pero de momento solo son ideas teóricas. Una de ellas es «blanquear» las nubes para que reflejen más luz solar y de este modo calienten menos el hielo. Otra es intervenir en las corrientes oceánicas para mitigar la forma en que alteran las temperaturas del agua al llegar al hielo del continente.
El Polo Norte: zona afectada por la actividad humana
Toda la zona del Ártico, especialmente Groenlandia, se enfrenta al cambio climático a un ritmo sin precedentes. Principalmente se está acelerando el deshielo de los glaciares, amenazando con ello al resto del planeta por las consecuencias globales que ello tendría. Desde los años 90 se calcula que se han perdido unos 7.600 gigatoneladas de hielo en Groenlandia y el Ártico, a un ritmo que no para de aumentar. El principal efecto del deshielo completo sería es el aumento del nivel del mar, que podría llegar a ser de hasta 7 u 8 metros, inundando innumerables ciudades costeras y alterando multitud de ecosistemas.
Las causas principales de este deshielo son bien conocidas:
- Cambio climático inducido por la humanidad, especialmente emisiones de CO₂.
- Pérdida de albedo (la superficie expuesta, más oscura, absorbe más calor).
- Eventos climáticos extremos: calor, incendios forestales, lluvias…
- Aumento global de las temperaturas.
- Alteración de las corrientes oceánicas.
Las propuestas de los científicos para frenar las emisiones de CO₂ incluyen principalmente la transición a las energía renovables, reduciendo la dependencia de los combustibles fósiles. Pero también mencionan la importancia de una respuesta coordinada a nivel internacional, implicando a gobiernos, empresas y ciudadanos. Esto no siempre es fácil, como se ha visto en la reciente Cumbre de Cambio Climático COP29.
El fenómeno de la pérdida de albedo es un círculo vicioso que se produce cuando las superficies reflectantes de la Tierra, como el hielo y la nieve, disminuyen. Esto provoca una mayor absorción de energía solar que redunda en más calentamiento global. Y vuelta a empezar. Este es uno de los grandes retos tecnológicos del problema.
Las corrientes oceánicas, en particular la llamada Circulación de vuelco meridional del Atlántico (AMOC), desempeñan un papel crucial en la regulación del clima global. Es básicamente un flujo hacia el norte de agua cálida y salada de las capas superiores del Atlántico, y un flujo hacia el sur de aguas más frías y profundas del Ártico. El deshielo en regiones como Groenlandia afecta significativamente a estas corrientes, con una disminución de la salinidad, densidad y la velocidad del flujo. Esto supone inviernos más duros en el norte y más calor y eventos extremos en los trópicos y el hemisferio sur.
En estos tiempos nos enfrentamos como humanidad a decisiones críticas. El conocido límite que nos planteamos de 1,5°C como tope para el calentamiento global parece ya inalcanzable, pero incluso menos que eso permitiría mitigar los impactos negativos. Pero, desde luego, no sin tomar acciones rápidas, sin cooperación internacional y sin replantearnos las nuestras prioridades. El futuro del Ártico, y del mundo por extensión, está en juego. ¿Seremos capaces de detener el desastre antes de sobrepasar el punto de no retorno? La ciencia y la tecnología pueden ayudar, pero en el fondo todo dependen de nosotros.
Foto | (CC) HD @ VisualHunt; Selva Tropical en la Antártida: (CC) James McKay / Alfred-Wegener-Institut; Nieve (CC) Kostiantyn Li @ Unsplash.