El coche autónomo es un reto impresionante y, por tanto, un reto emocionante para todos los involucrados en su desarrollo. Desde los ingenieros, pasando por los diseñadores, planificadores urbanos, teóricos, filósofos… el reto intelectual y práctico es ilusionante y complejo. Si dejamos de lado, por un momento, el problema tecnológico que es, de por sí, gigante (entendiendo por problema no algo negativo, sino ese mismo reto desafiante), existe otra área muy crítica no solo en el desarrollo de estos vehículos, sino en su integración con la sociedad: las implicaciones morales del ‘comportamiento’ del coche autónomo.
El ejemplo ‘clásico’ es el que sigue:
Imagine que en un futuro no muy lejano, es el propietario de un coche autónomo. Un día, mientras está conduciendo, una desafortunada serie de eventos hace que el coche se dirija hacia una multitud de 10 personas que cruzan la carretera. No puede detenerse a tiempo, pero puede evitar la muerte de 10 personas colisionando contra un muro. Sin embargo, esta colisión mataría a conductor y ocupantes. ¿Qué debería hacer?
El dilema es evidente. Por un lado, un conductor humano puede tomar una decisión u otra (evitar atropellar a 10 personas poniendo en riesgo su vida y la de los ocupantes, por ejemplo), y sería juzgado moralmente como humano. Por otro lado, un coche no deja de ser una máquina programada por humanos, y por tanto, parece claro que ha de llegar a las mismas decisiones desde un punto de vista moral.
Las opciones de un coche autónomo para resolver el dilema anterior pasan por evitar el atropello masivo, poniendo en peligro a conductor y ocupantes; o bien, proteger a conductor y ocupantes arriesgando las vidas o la integridad de los 10 peatones. Ninguna de las decisiones puede satisfacer a todo el mundo, pero es que todavía hay más: si el coche no elige proteger al conductor y ocupantes, ¿quién querría poseer dicho vehículo?
Es paradójico el hecho de que las personas están de acuerdo con que es aceptable que el coche trate de minimizar la pérdida de vidas humanas, incluyendo al conductor y ocupantes en la ecuación (es decir, chocar contra el muro en el ejemplo anterior), siempre y cuando ellos mismos no viajen en ese coche.
Todo esto puede parecer extremo, pero la opinión pública es clave en el proceso de adopción del coche autónomo, y si los fabricantes y los legisladores no cuentan con ese apoyo, todo se ralentizará, y la penetración en el mercado será por debajo de las expectativas.
La opinión pública es clave en el proceso de adopción del coche autónomo
Si observamos el problema desde una cierta distancia objetiva, no existe una respuesta correcta. Se puede fijar un objetivo que sea minimizar las víctimas y los heridos, pero no hay una solución 100% segura en el escenario hipotético propuesto, lo que nos lleva a un razonamiento extra: ¿cómo será el escenario por el que los coches autónomos circularán?
Un coche autónomo no debería disponer de escenarios aleatorios o no controlados por los que circular. Una situación en la que aparecen peatones sin previo aviso, o simplemente, un escenario que permita a los peatones compartir espacio con los coches autónomos es un escenario arriesgado. El diseño adecuado de las ciudades y la segregación de los diferentes elementos y actores de la circulación (incluyendo a los peatones) es esencial para resolver los problemas que se puede encontrar ese vehículo.
La mejor solución al problema moral es, sencillamente, garantizar al 100% que ese escenario es imposible, lo cual no deja de ser una nueva tarea de ingente complejidad.
Vía | MIT Technology Review
En Microsiervos | ¿Comprarías una máquina que está programada para matarte?
Mi opinión es que el vehículo debería ser capaz de minimizar el impacto de terceros (peatones, ciclistas, animales, etc) pero siempre anteponiendo la seguridad de los ocupantes del vehículo. Esto quiere decir que, en una situación hipotética como la planteada aquí, el vehículo debería analizar cuál es la maniobra más adecuada para esquivar al máximo número de “obstáculos” y, de esta manera, minimizar los daños a terceros pero nunca llegando a comprometer la seguridad de los ocupantes del vehículo. No es cuestión de prioridades, sino de sentido común.