La inteligencia artificial es una de las tecnologías más poderosas que han surgido y se han extendido en todos los entornos en este siglo XXI. Sin embargo, tiene muchas aristas y problemas con los que todavía hemos de lidiar. Uno de ellos es que su uso consume más recursos energéticos que los métodos tecnológicos tradicionales (entre 3 y 100 veces más). Esto influye a su vez en las necesidades energéticas de los centros de datos, cuyas fuentes de energía no siempre son limpias y, por tanto, acaban afectando a las emisiones contaminantes y a los efectos del cambio climático.
Una paradoja en busca de solución
La paradoja es que estamos buscando la solución para el cambio climático utilizando tecnología avanzada e inteligencia artificial, pero esto contribuirá notablemente a aumentar el cambio climático. Mientras Sam Altman de OpenAI defiende que en el futuro «será habitual que la IA resuelva problemas como el cambio climático», otros como James Temple, redactor jefe del MIT Technology Review, no lo tienen tan claro. El llamado tecno-optimismo de Altman parece opacado por una dosis de realismo que combina efectos mucho más complejos y profundos que se sabe que están tras la emergencia climática.
Por poner un ejemplo: una búsqueda en Google consume una pequeña cantidad de energía (1 Wh) y se resuelve en menos de 1 segundo; en cambio esa misma consulta supone entre 10 y 100 Wh en un LLM como ChatGPT y tarda entre 1 y 10 segundos, es decir, entre 10 y 1.000 veces un mayor consumo energético, dado que necesita más potencia de cálculo. Su suele considerar que en promedio hay un factor x30 entre la energía que se necesita con IA respecto a la de software específico para realizar una tarea.
Pero a eso hay que añadir el entrenamiento de la IA, que requiere rastrear toda internet para deglutir y procesar todos sus contenidos para «aprender» de ellos y establecer las relaciones matemáticas entre los textos, imágenes y todo tipo de conocimiento allí almacenados. Del orden de 1026 FLOPS para unos 1.000 millones de parámetros, esto equivale a 1 GWh (1.000 MWh). Si se utilizan combustibles fósiles, esto supone emitir entre 500 y 1.000 toneladas de CO2 a la atmósfera.
La cuestión es que aunque la IA pueda colaborar en labores como optimizar las redes eléctricas, descubrir nuevos materiales o planificar mejor las ciudades inteligentes para reducir las emisiones contaminantes, ninguno de estos pequeños avances servirá por sí mismo para detener el cambio climático. Y, mientras se va intentando, se va consumiendo energía y empeorando la situación.
La solución pasa por las políticas y las personas
Toda esta energía que necesita la IA para hacer su trabajo podría proceder de fuentes de energía limpia, como son la solar, eólica o incluso la nuclear. Pero por desgracia todavía no se han establecido políticas en muchos países que regulen su uso y penalicen el uso de los combustibles fósiles como el carbón, el gas o el petróleo. Es una competición desigual, con las fuentes de energía tradicionales disfrutando de ventajas históricas y las nuevas sufriendo de escasa e incierta regulación, que va y viene. Es un poco como el meme aquel del ciclista que mete un palo entre sus ruedas y acto seguido se cae al suelo.
En lo que ni la IA ni la tecnología pueden influir son las decisiones humanas. Al fin y al cabo, las regulaciones, economía e intereses de la sociedad dependen de las personas, a veces llamadas «factor X» por los expertos en la llamada «resolución de problemas complejos»… Y con razón. El comportamiento de las personas puede ser una incógnita muchas veces: cuándo construir una infraestructura crítica, qué opina una comunidad sobre la necesidad de instalar un vertedero de residuos nucleares o qué subsidios aprobar dependen, queramos o no, de individuos cada cual con sus intereses.
El hecho cierto es que aunque la inteligencia artificial consume más energía que los métodos tradicionales y contribuye a aumentar los efectos del cambio climático, también tiene un gran potencial para resolver algunos de sus problemas derivados. Cuestiones como la optimización de infraestructuras, mejorar la eficiencia energética o facilitar el cambio hacia la electrificación son algunos de ellos. Si las personas y organizaciones implementan las políticas adecuadas y se fomenta el uso de energías renovables la IA puede ser una estupenda aliada para combatir el cambio climático sin agravar el problema. Toda una demostración de que personas, tecnología y sostenibilidad pueden coexistir y avanzar juntas.
Foto | (CC) NOAA @ Unsplash; Cristina Morillo / Daniel Andraski @ Pexels