Tranquilos, no vamos a dar ninguna mala noticia. Simplemente, a veces una tecnología impecable llega en el peor momento posible al mercado, y fracasa. O bien, en lugar de fracasar, se mantiene a duras penas durante unos años hasta que ese mismo mercado está maduro, preparado para recibirla con los brazos abiertos. En el pasado tenemos varios ejemplos para ilustrar esto, y en el presente podemos decir que el coche eléctrico, el 100% eléctrico, está viviendo momentos de incertidumbre frente a los motores híbridos. ¿Qué determina el éxito de una tecnología?
Se suele decir que el primero en llegar a un mercado con una nueva tecnología o producto, triunfa. Esto no es muy exacto, en realidad, y de nuevo tenemos muchos ejemplos de los que tirar. Uno de los más clásicos es el del grabador de vídeo Betamax de Sony, una joya de la tecnología en su época que quedó rápidamente a la sombra de su competidor, el VHS de JVC. Betamax ofrecía mejor calidad de vídeo, estaba mejor diseñado y construido, era maravilloso; el VHS de JVC era más tosco, más sencillo, con una calidad de imagen final peor, pero triunfó.
¿Las razones? Betamax implicaba mayores costes de producción y era más pesado, lo que encarecía los envíos y los costes derivados, y además disponía de cintas de una hora de duración; el VHS era más ligero, disponía de cintas de dos horas, y lo que es más importante, hizo alianzas estratégicas con distribuidoras de vídeo de alquiler. Jaque mate, Betamax se quedó en el olvido.
Otro ejemplo de producto innovador y una tecnología que realmente marca la diferencia es la televisión digital de alta definición (y nos referimos a los sistemas de TV domésticos): como tecnología es superior, pero el momento en que llegó al mercado fue el peor posible.
Corrían los años 80 del siglo pasado, y un aparato de televisión capaz de reproducir imágenes en alta definición era una mala idea por la sencilla razón de que faltaba toda la tecnología complementaria: cámaras de vídeo en HD, los necesarios procesos de producción y postproducción no servían, y estaba también el problema de la difusión de una señal de televisión capaz de transportar tanta información. Más de 30 años después, esa tecnología es hoy viable, pero le ha costado.
Una tecnología puede triunfar si supone una evolución y mejora clara sobre la que ya existe (discos duros de estado sólido versus discos magnéticos; bombillas LED frente a las bombillas de filamento, almacenamiento en la nube en lugar de almacenamiento físico en casa), y si el mercado le acompaña. Si el mercado no está preparado, o son necesarias tecnologías complementarias para conseguir establecerse como una opción viable, esa novedad emergente tendrá un freno de nacimiento. Nada impide, eso sí, que el mercado se “ponga al día” rápidamente.
En el caso de los coches eléctricos, la tecnología existe y es buena en el sentido de que introduce mejoras a muchos niveles, pero el mercado no está tan preparado: el precio de acceso es elevado, está el problema de la autonomía (o mejor aun, el range anxiety, o el miedo a quedarnos tirados sin posibilidad de recargar), y tenemos carencias claras en la infraestructura de recarga. No quiere decir esto que el coche eléctrico vaya a fracasar: simplemente, desembarcó en el momento menos idóneo, y deberá pasar un período de purgatorio.
Sea como sea, en el caso del coche eléctrico es obvio el esfuerzo que se está haciendo en todos los frentes: abaratamiento del precio de compra (gracias a las ayudas, de momento); ampliación de la infraestructura de recarga (aunque claramente no es suficiente, ni permite planificar viajes largos) y desarrollo de nuevas baterías de mayor capacidad (algo que, en principio, va en contra de bajar el precio final del coche).
De lo rápido que evolucionen las tecnologías y sistemas complementarios, sin los que el coche eléctrico carecería de sentido, dependerá que estos coches se establezcan como opción real para el consumidor.
Vía | Knowledge@Wharton