Conducir requiere que la persona esté atento a múltiples tareas y esto supone una actividad mucho más complicada para los humanos de lo que parece. Tanto es así que los sistemas de inteligencia artificial, que se mostraban como la panacea para el desarrollo de los coches autónomos, no se encuentran a la altura todavía en confiabilidad como se pensaba que sucedería.
Si bien hace unos años algunas predicciones situaban al coche autónomo de nivel 5 ya circulando por las carreteras en esta década, ahora hay quienes apuntan para 2030. Y es que, pese a las grandes inversiones realizadas, todavía quedan muchos obstáculos que salvar para que ofrezcan la misma confianza que los autos con conductor.
Uno de los campos en los que se está investigando es la interacción entre los coches autónomos y los peatones ante la inexistente intervención de un conductor humano, hecho que elimina acciones que comunican, como el contacto visual entre ambos y los gestos corporales. Así, los científicos tratan de ayudar a los sistemas de ayuda a la conducción a transmitir su intención y conocimiento a los usuarios de la vía pública.
Algunas de las investigaciones llevadas a cabo para lograr esa interacción se basan en patrones de iluminación LED. Así, con una combinación de luces, el coche puede indicarle al peatón, por ejemplo, que le ha reconocido, o que le va a ceder el paso en un paso de cebra. También se ha experimentado con vehículos que proyectan señales en la carretera, así como con la integración de elementos antropomórficos (por ejemplo, cámaras integradas como si fueran ojos humanos que siguen la posición de los peatones, o una mano acoplada al coche que al moverse indica que cede el paso, o señales que mostraban una sonrisa para informar al peatón de que es seguro cruzar, entre otras).
En esa línea, otro estudio reciente recurre a un entorno de realidad virtual para probar diferentes situaciones con el objetivo de indicar la detección del vehículo, y con las que dotan a los coches autónomos de expresividad. Entre esas señalizaciones incluyeron la emisión de sonidos que acentuaban la frenada o el movimiento de inclinación de la parte delantera del coche. De todas ellas, los investigadores comprobaron que la más efectiva fue detenerse en seco: esta acción fue la que mayor seguridad aportó a los participantes del proyecto y mostró que prestaban más atención al movimiento del coche que al conductor.
Otros estudios, en cambio, resaltan la necesidad de propiciar que los coches se expresen de forma afectiva a través de mensajes relacionados con las emociones. En base a las investigaciones desarrolladas en este ámbito, las emociones de las máquinas o robots más reconocibles y más fáciles de interpretar por los humanos son la felicidad, la tristeza y la ira. Eso sí, “la manifestación de la emoción debe ser apropiada y plausible dentro del contexto específico”, ya que, por ejemplo, las normas culturales pueden influir en esa percepción o el clima del entorno. Estas interfaces “deben tener en cuenta varios factores contextuales, como los aspectos culturales, ambientales y de interacción”. También “es importante que los vehículos inteligentes respondan a las intenciones de los peatones y las contingencias del entorno”, es decir, que la comunicación sea bidireccional, explican en el mismo estudio.
Además, según los investigadores, dotar a los vehículos autónomos de expresiones emocionales no solo aumenta la interacción entre vehículos y peatones (y, de esta manera, son más eficaces), sino que también incrementa la aceptación social hacia los coches autónomos. Y es que este tipo de vehículos transmiten emociones negativas en las personas, tanto cuando se imaginan como pasajeros como si son conductores de otros coches convencionales frente a ellos. La negatividad reportada es sobre todo ansiedad (provocada por la idea de que una IA controle la conducción); le sigue la sensación de paranoia (debido a la posibilidad de un hackeo); también inseguridad (por ser algo desconocido); y, por último, se sienten abrumados (porque no confían en algo tan complejo). Este escepticismo supone un obstáculo (más) a superar para la industria, advierte la investigación.