Todos los coches modernos con motor de gasolina llevan incorporada, generalmente, dos sondas lambda (también conocidas como sensores de oxígeno) en el tubo de escape. Esta pieza se encarga de medir la concentración de oxígeno contenida en los gases de escape. La inventó la empresa alemana Bosch y el primer coche que vino equipado con ella de serie fue un Volvo 240 del mercado estadounidense en 1976, se convirtió en un estándar en el mercado. Fue una revolución técnica: las emisiones perjudiciales se redujeron hasta en un 90%.
La sonda lambda tiene una forma similar a una bujía y está fabricada en platino y materiales cerámicos. Desempeña la función de detectar la concentración de oxígeno de los gases de escape y transmitirla a la ECU (Unidad Electrónica de Control del Motor). La primera sonda lambda, la sonda reguladora, se sitúa delante del catalizador y cumple esta función clásica. La segunda sonda lambda, llamada de diagnóstico, está situada detrás del catalizador y su función es comprobar el rendimiento de este.
El dispositivo ajusta automáticamente la proporción de combustible para que se acerque a la relación estequiométrica aire-combustible, y considera una gran cantidad de oxígeno como deficiencia de combustible y una cantidad baja de oxígeno como exceso de combustible. Por lo tanto, la proporción de mezcla de combustible y aire se puede ajustar con precisión y, además, los gases de escape nocivos se reducen mediante un catalizador de tres vías.
De esta forma, el aire y el combustible aspirados por el motor a través del sensor de oxígeno no solo coinciden con la relación aire-combustible, sino que van un paso más allá y se ajustan a cada vehículo, sus piezas y todas las desviaciones que se produzcan en el sistema de suministro de combustible.
El sensor de oxígeno suele estar equipado con un calentador. Porque si el motor no alcanza una determinada temperatura no puede enviar una señal precisa a la ECU. Si se arranca el motor cuando hace frío, el motor estará naturalmente frío, por lo que la temperatura de los gases de escape también será baja. En otras palabras, la sonda lambda debe calentarse para enviar una señal precisa a la ECU desde el momento en que se arranca el motor.
El dispositivo desempeña un papel importante en la mejora de la eficiencia del combustible, la protección del medio ambiente (minimizando las emisiones contaminantes) y el cumplimiento de las normas de emisión.
Síntomas del mal funcionamiento del sensor de oxígeno
Si el sensor lambda está defectuoso, no se enviarán datos a la ECU, lo que significa que utilizará información incorrecta y dosificará el combustible incorrecto al motor. Es probable que esto aumente el consumo de combustible y, por tanto, la cantidad de emisiones nocivas. Así que un consumo de combustible inusualmente alto será señal de que puede estar averiado. También si el coche da pequeñas sacudidas al arrancar o se nota baja potencia del motor durante la aceleración. Y, por supuesto, otro signo es el aumento de las emisiones de gases tóxicos.
¿Por qué pueden aparecer los síntomas de un sensor de oxígeno dañado?
La sonda lambda está expuesta a muchas influencias en el tubo de escape. Por ejemplo, a la alta temperatura y el efecto químico de los gases de escape. Así que es normal que la sonda lambda se desgaste con el tiempo. El fallo también puede deberse a un daño mecánico debido a una instalación incorrecta (rotura de la misma, un sellado deficiente, corrosión por la humedad, depósitos en el sensor de aceite quemado o refrigerante).
El ciclo de reemplazo del sensor de oxígeno puede variar según el uso del vehículo, el entorno de conducción, la calidad del combustible, etc. Si se enciende la luz de advertencia del motor, lo mejor es llevarlo a un taller y obtener la confirmación de un experto. Generalmente se recomienda reemplazarlo cada 100.000 kilómetros.