Desde hace años se trabaja en la idea de utilizar los cables submarinos de fibra óptica desplegados por las grandes empresas de telecomunicaciones para detectar y avisar de la llegada de maremotos y otros fenómenos destructivos de la naturaleza a zonas habitadas. Otro tanto se ha hecho con cierto éxito en el campo de los terremotos.
Esta auténtica «estratagema tecnológica» se aprovecha de una idea muy simple: que los movimientos de las placas tectónicas desplazan los cables que yacen en el fondo marino y que esos movimientos afectan a la luz que se transmite por la fibra óptica de su interior. Vigilando muy de cerca esos pequeños desplazamientos se puede saber si se acaba de producir un maremoto. Como la luz viaja más rápido que las olas o las ondas sísmicas, esto puede proporcionar una ventaja de unos minutos críticos de cara a activar los sistemas de alerta a la población.
Esta idea surgió casi por casualidad en 2016, cuando un científico en un laboratorio de Inglaterra realizaba un experimento con un láser ultra-estable a través de fibra óptica terrestre. Tras producirse un terremoto en Italia, se percató de que ambos eventos habían sido casi simultáneos y que indudablemente el terremoto había quedado reflejado en sus datos. Preguntándose si serviría como método para detectar terremotos o maremotos, resucitó una vieja idea, procedente de los tiempos de los cables telegráficos. Años antes ya se había probado a equipar algunos cables submarinos con hidrófobos, sismómetros y sensores de presión, pero no duraban mucho.
Con un equipo multidisciplinar de varias universidades y la ayuda de Google, una de las empresas que cuenta con cables de comunicaciones transoceánicos propios (también los tienen Apple, Microsoft, Facebook), se pusieron manos a la obra. En la actualidad hay unos 486 cables de este tipo por océanos de todo el planeta, y algunos miden decenas de miles de kilómetros. Google ofreció sus datos por si servían para algo, siempre que las pruebas no afectaran a sus sistemas, y se pusieron manos a la obra.
El método propuesto consistía en examinar algunos cambios en la luz que atraviesa los cables, como su polarización, aunque no es tan preciso como cuando se utilizan láseres de alta precisión. Pero es mucho más sencillo y barato, de modo que se pueden obtener más datos. Midiendo los tiempos que la señales tardan en ir y volver de un extremo a otro, y esas minúsculas distorsiones, se puede detectar si se han producido movimientos físicos en el cable, que se convierte en una especie de «sismómetro digital». Además de eso, aprovechando unos pequeños espejos que se instalan en los cables para diagnosticar averías pudieron afinar todavía más los tramos o secciones en las que se producían las vibraciones.
Mientras realizaban estos experimentos, los científicos detectaron también cambios de fase en las señales de luz que coincidían con el paso de unos ciclones sobre el Mar de Irlanda. Cuando verificaron los datos días después, comprendieron que estos fenómenos atmosféricos son tan violentos que afectan al nivel de las aguas e, igual que sucede con las boyas de superficie, influyen sobre los cables del lecho marino.
La idea es que si los algoritmos de detección son capaces de alcanzar una precisión suficiente, estos métodos podrían ponerse en marcha con datos en tiempo real y servir como sistema de alerta que avisase en milisegundos de la formación o el paso de ciclones o la llegada de los maremotos. De este modo, las poblaciones cercanas a las costas contarían con otro sistema añadido de avisos sobre fenómenos que, como ya es sabido debido a la Emergencia Climática, serán cada vez más frecuentes. Son avances mediante aplicaciones tecnológicas que son capaces de salvar vidas utilizando las infraestructuras ya existentes.